Cierta ocasión, cuando cursaba el quinto de secundaria, en el año 1997, en una clase de economía o filosofía no estoy seguro, aconteció un hecho que se quedó marcado en mi memoria y cuyo recuerdo siempre ha sido causa de muchas reflexiones. Un compañero, a quien conocía desde la primaria, que se había hecho popular en el aula por generar el desorden y por hacer bromas de mal gusto (para el que las sufría) que eran celebradas por casi todos, hizo nuevamente de las suyas en la clase de un profesor, quien aunque bien intencionado era verdaderamente antipático porque era algo soberbio cuando enseñaba. Ya no recuerdo con exactitud que fue lo que hizo mi compañero para generar el desorden, pero el caso es que lo hizo. El profesor, con quien él ya había discutido en pasadas ocasiones, le ordenó que se callara o que se fuera del aula (he olvidado algunos detalles). Naturalmente, mi compañero no obedeció; produciéndose, aproximadamente, la siguiente escena:
--"¡Sal del aula!" – dijo el profesor, que se había acercado a su carpeta.
--"No gracias, estoy bien así." – respondió con sorna mi compañero.
--"¡Te he dicho que salgas del aula!"-- alzó la voz el profesor, tratando al mismo tiempo de cogerlo por un brazo. Toda la clase observaba en silencio.
--"¡Suéltame! ¡Qué quieres!"—desafiante, soltándose y poniéndose de pie.
El profesor, cuyo rostro denotaba ira, le miró fijamente por un momento. Luego, sin que nadie se lo esperara y ante la sorpresa de todos, le cruzó la cara de una fuerte cachetada. Mi compañero con la cara roja del golpe hizo ademán de responder.
--"¡Quién te crees! ¡Mi padre!"—gritó con la voz algo quebrada.
El profesor impasible, sin decir nada, lo volvió a golpear en el rostro. Todos nosotros, inmóviles como piedras, observábamos atónitos. Mi compañero dejaba traslucir, por su mirada y su expresión facial, diversas emociones: desconcierto, humillación, dolor, rabia...Después de ese segundo golpe, parecía que aún podía reaccionar; pero ya no tenía el dominio de sí. Sus ojos estaban rojizos y vidriosos, dando la impresión de que rompería a llorar, mas se contuvo. Cogió su cuaderno, balbuciendo unas palabras, y salió raudamente del aula dando un portazo.
El profesor luego de haber impuesto su autoridad y restablecido el orden, no dijo una palabra sobre lo sucedido y continuó dictando su clase. No recuerdo de qué trataba la clase, tampoco le puse atención, sólo pensaba en lo que había pasado.
No es difícil imaginar lo que probablemente hizo mi compañero una vez salir del salón. Ir, tal vez, a algún rincón alejado del patio o a un aula vacía, donde no le viera nadie, para llorar su rabia y desahogar su dolor...Demás está decir que mi compañero no cambió su conducta y volvió a sus viejos hábitos con nuevos bríos.
EDWIN ALVA CABANILLAS
¿Sirvió de algo la acción represiva y violenta del profesor? Quien así lo piensa ¿es por qué recuperó rápidamente el control de la clase no? ¿Pero no pensáis en ese alumno en concreto? ¿Piensan que la mejor acción es librarse de él de esa manera en vez de intentar entender el porqué de su conducta? Pensemos en el futuro y quienes son los bándalos y criminales, gente con odio, rencor... ¿Somos nosotros quien podemos llegar a formar pequeños monstruitos? ¿Qué posición debería tomar el buen maestro en esa situación?
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